Hilary es una persona que lleva una vida solitaria y que apenas sonríe, y que a pesar de trabajar como encargada en una sala de cine nunca ve una película. Con la entrada de un nuevo trabajador su suerte empieza a cambiar, pero su vida no está libre de fantasmas y la de Stephen, con la muy neolibreral Thatcher en el poder y los cabezas rapadas en las calles, está marcada por el color de su piel.
En una encuesta en mi Twitter, ante la disyuntiva de qué peli ver, plantee a mis millones (ejem) de seguidores las opciones de Una bonita mañana, Air y la película que nos ocupa, El imperio de la luz (Empire of Light, 2022). La más votada fue la quinta película de Ben Affleck como director, mientras que la segunda fue la de Sam Mendes (1917). En otras ocasiones al final he visto la película que me dictaba el momento, pero esta vez seguí los deseos del pueblo (ejem, tres tuiteros). No obstante, con la Fiesta del Cine me surgió otra oportunidad para ver lo que yo creía que sería otro homenaje al séptimo arte.
Por la época en la que se desarrolla la trama, 1981, bien podría Mendes (que además de dirigir también escribe el libreto) haber realizado un ejercicio nostálgico, con muchas imágenes de cintas míticas y añorados productos del momento, pero el realizador de American Beauty no mira al pasado con nostalgia y lo retrata prácticamente como si fuera el presente.
En realidad el fondo de la historia no se desvela hasta bien avanzada la cinta, uno piensa en un inicio que puede ser una cosa, por ejemplo la recuperación de la ilusión de vivir de una mujer de mediana edad, pero algunos detalles discordantes ya nos advierten que ese puede no ser el tema, y que no todo es tan simple ni idílico. Advierto que puede haber destripes en el siguiente párrafo.
Primero somos partícipes del infortunio de ser negro en una sociedad donde el racismo y la intolerancia crecen, ya sean tribus urbanas radicales o señores que no admiten que un negro le prohíba pasar con sus patatas fritas; después se nos muestra que la apocada Hilary no solo estaba triste o deprimida en el principio, sino que esa medicación que la abrumaba era para mitigar sus problemas mentales, que sus salidas de tono se debían a algo más que malas experiencias pasadas. Así que una época tan dada a ser idealizada cinematográficamente hablando, se nos retrata con sus muchas sombras, con un racismo galopante y creciente. Una época que, recordemos, es la madre de la que vivimos, cuando el neoliberalismo de Thatcher y Reagan se impusieron y el mundo se volvió cada vez más esquizofrénico. La cura también nos la muestra Mendes, la amistad y el amor, el respeto, el compañerismo y el efecto terapéutico y catártico del cine, porque en una sala de cine impera la luz.
Es imprescindible destacar la labor del reparto, sobresaliendo los dos protagonistas, una espléndida Olivia Colman (El padre) con un personaje para nada sencillo, y al joven Micheal Ward (La vieja guardia), que compone un vitalista (aunque tristemente resignado) personaje. Le secundan un buen Colin Firth (Kingsman: Servicio secreto), en otro papel que tampoco es fácil por ser el que tiene más aspectos desagradables; Tom Brooke (La muerte de Stalin), con uno de esos papeles que parecen que van a ser los meros graciosetes pero que luego son bastante más, y Toby Jones (Capitán América: El primer vengador) como el proyeccionista que, aunque aparezca poco, tiene varios instantes muy reseñables.
No es una película perfecta, su tramo final es notablemente superior al resto, pero El imperio de la luz tiene la osadía de no ser un mero homenaje al cine, y de alejarse de cualquier imagen idealizada de unos años que despiertan tanta nostalgia desmemoriada.
En una encuesta en mi Twitter, ante la disyuntiva de qué peli ver, plantee a mis millones (ejem) de seguidores las opciones de Una bonita mañana, Air y la película que nos ocupa, El imperio de la luz (Empire of Light, 2022). La más votada fue la quinta película de Ben Affleck como director, mientras que la segunda fue la de Sam Mendes (1917). En otras ocasiones al final he visto la película que me dictaba el momento, pero esta vez seguí los deseos del pueblo (ejem, tres tuiteros). No obstante, con la Fiesta del Cine me surgió otra oportunidad para ver lo que yo creía que sería otro homenaje al séptimo arte.
Por la época en la que se desarrolla la trama, 1981, bien podría Mendes (que además de dirigir también escribe el libreto) haber realizado un ejercicio nostálgico, con muchas imágenes de cintas míticas y añorados productos del momento, pero el realizador de American Beauty no mira al pasado con nostalgia y lo retrata prácticamente como si fuera el presente.
En realidad el fondo de la historia no se desvela hasta bien avanzada la cinta, uno piensa en un inicio que puede ser una cosa, por ejemplo la recuperación de la ilusión de vivir de una mujer de mediana edad, pero algunos detalles discordantes ya nos advierten que ese puede no ser el tema, y que no todo es tan simple ni idílico. Advierto que puede haber destripes en el siguiente párrafo.
Primero somos partícipes del infortunio de ser negro en una sociedad donde el racismo y la intolerancia crecen, ya sean tribus urbanas radicales o señores que no admiten que un negro le prohíba pasar con sus patatas fritas; después se nos muestra que la apocada Hilary no solo estaba triste o deprimida en el principio, sino que esa medicación que la abrumaba era para mitigar sus problemas mentales, que sus salidas de tono se debían a algo más que malas experiencias pasadas. Así que una época tan dada a ser idealizada cinematográficamente hablando, se nos retrata con sus muchas sombras, con un racismo galopante y creciente. Una época que, recordemos, es la madre de la que vivimos, cuando el neoliberalismo de Thatcher y Reagan se impusieron y el mundo se volvió cada vez más esquizofrénico. La cura también nos la muestra Mendes, la amistad y el amor, el respeto, el compañerismo y el efecto terapéutico y catártico del cine, porque en una sala de cine impera la luz.
Es imprescindible destacar la labor del reparto, sobresaliendo los dos protagonistas, una espléndida Olivia Colman (El padre) con un personaje para nada sencillo, y al joven Micheal Ward (La vieja guardia), que compone un vitalista (aunque tristemente resignado) personaje. Le secundan un buen Colin Firth (Kingsman: Servicio secreto), en otro papel que tampoco es fácil por ser el que tiene más aspectos desagradables; Tom Brooke (La muerte de Stalin), con uno de esos papeles que parecen que van a ser los meros graciosetes pero que luego son bastante más, y Toby Jones (Capitán América: El primer vengador) como el proyeccionista que, aunque aparezca poco, tiene varios instantes muy reseñables.
No es una película perfecta, su tramo final es notablemente superior al resto, pero El imperio de la luz tiene la osadía de no ser un mero homenaje al cine, y de alejarse de cualquier imagen idealizada de unos años que despiertan tanta nostalgia desmemoriada.
LO MEJOR:
-Todo el reparto, especialmente Olivia Colman, Micheal Ward y Toby Jones, que están geniales.
-La dirección, la fotografía y un guion que se aleja de lugares comunes.
-Su último acto es particularmente intenso y emotivo.
LO PEOR:
-Que los dos primeros actos no sean tan buenos como el tercero.
¿Quién debería verla?
Quien quiera ver un buen drama comprometido con nuestro tiempo.
-Todo el reparto, especialmente Olivia Colman, Micheal Ward y Toby Jones, que están geniales.
-La dirección, la fotografía y un guion que se aleja de lugares comunes.
-Su último acto es particularmente intenso y emotivo.
LO PEOR:
-Que los dos primeros actos no sean tan buenos como el tercero.
¿Quién debería verla?
Quien quiera ver un buen drama comprometido con nuestro tiempo.
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