Alma es una joven que trabaja en la granja de pollos familiar, y que tiene desde pequeña una estrecha relación con su abuelo, que gira alrededor del olivar de este y, sobre todo, de un viejo olivo que le despojaron por un puñado de euros. Desde entonces comenzó el declive del hombre y, ahora que su salud está empeorando, Alma se propone encontrarlo y traerlo de vuelta.
De Icíar Bollaín he visto dos de sus últimas películas, También la lluvia y Katmandú, un espejo en el cielo, dejándome no impresionado pero sí satisfecho en líneas generales. No obstante, no fue (principalmente) este hecho el que me motivó para visionar El olivo (ídem, 2016), sino que me atrajo la idea de la historia, la de un olivo milenario arrancado de raíz y llevado a un edificio de oficinas, trasladado del aire libre, donde soporta las inclemencias del tiempo pero goza de libertad, al estar en una jaula de cristal y acero que le ofrece protección de los fenómenos meteorológicos y una temperatura constante, pero le quita el sentirse mecer por el viento y el recibir de forma directa los rayos del sol.