III. Pastelería Shiro-Hige
Conseguimos una entrada para entrar a las 14 horas al Museo Ghibli. No era lo que teníamos planeado, ni siquiera el día que teníamos pensado (el inicial era el lunes 24, y pillamos para el miércoles 26), pero tenía la ventaja que podíamos dar previamente un paseo por el Parque de Inokashira y, por supuesto, tomarnos con algo más de calma el día (decidimos levantarnos a las 8:30 de la mañana, una hora y media más tarde de los días previos) y llegar igualmente con tiempo de sobra a la pastelería Shiro-Hige. Es más, llegamos con tanto tiempo de sobra que nos topamos conque estaba cerrada (también es verdad que creíamos que habría a las 10, pero, como pudimos ver tres días atrás pero no lo hicimos, cambiaron el horario) dimos un paseo y, al regresar, estaban a punto de abrir y había varias personas haciendo cola (y alguna más que se sumó).
Dentro del establecimiento apenas hay espacio, así que esperamos unos minutos fuera hasta que llegó nuestro turno, momentos que aprovechamos para retratarnos con la figura de Totoro que adornaba la entrada e intentar observar el interior a través del cristal. Cuando ya hubo sitio (un hombre salió muy cargado con varias bolsas), accedimos para ir inspeccionando el material mientras el cliente precedente hacía su pedido. Las (preciosas) cajas de galletas de las estanterías, así como diversas figuras de personajes Ghibli, atrajeron nuestras miradas nada más internarnos en el establecimiento, y las vitrinas de enfrente nos mostraron nuestro objetivo principal: los pastelitos de crema en forma de Totoro. Tras algún debate, nos decidimos por comprar dos cajas de galletas (una pequeña y otra grande), una galleta gigante en forma de Gatobús y cuatro pastelitos totoriles, uno de cada sabor. Un buen botín que nos sirvieron de buen grado y que nos llevamos con ansias de probar.
Conseguimos una entrada para entrar a las 14 horas al Museo Ghibli. No era lo que teníamos planeado, ni siquiera el día que teníamos pensado (el inicial era el lunes 24, y pillamos para el miércoles 26), pero tenía la ventaja que podíamos dar previamente un paseo por el Parque de Inokashira y, por supuesto, tomarnos con algo más de calma el día (decidimos levantarnos a las 8:30 de la mañana, una hora y media más tarde de los días previos) y llegar igualmente con tiempo de sobra a la pastelería Shiro-Hige. Es más, llegamos con tanto tiempo de sobra que nos topamos conque estaba cerrada (también es verdad que creíamos que habría a las 10, pero, como pudimos ver tres días atrás pero no lo hicimos, cambiaron el horario) dimos un paseo y, al regresar, estaban a punto de abrir y había varias personas haciendo cola (y alguna más que se sumó).
Dentro del establecimiento apenas hay espacio, así que esperamos unos minutos fuera hasta que llegó nuestro turno, momentos que aprovechamos para retratarnos con la figura de Totoro que adornaba la entrada e intentar observar el interior a través del cristal. Cuando ya hubo sitio (un hombre salió muy cargado con varias bolsas), accedimos para ir inspeccionando el material mientras el cliente precedente hacía su pedido. Las (preciosas) cajas de galletas de las estanterías, así como diversas figuras de personajes Ghibli, atrajeron nuestras miradas nada más internarnos en el establecimiento, y las vitrinas de enfrente nos mostraron nuestro objetivo principal: los pastelitos de crema en forma de Totoro. Tras algún debate, nos decidimos por comprar dos cajas de galletas (una pequeña y otra grande), una galleta gigante en forma de Gatobús y cuatro pastelitos totoriles, uno de cada sabor. Un buen botín que nos sirvieron de buen grado y que nos llevamos con ansias de probar.
Y qué mejor lugar para degustarlo que frente a un lago donde pescaba alegremente un cormorán (y una feliz familia pasaba la mañana en una barca). Antes tuvimos que llegar al parque y encontrar una máquina para comprar unas bebidas para acompañar que, curiosamente, nos costó un poco hallar, cuando lo difícil es no hacerlo (pillamos una lata de café y otra de leche con cacao, por cierto). No terminábamos de imaginar cómo sería el sabor de los pastelitos, pero una buena definición es que son ligeros, sabrosos pero nada empalagosos. Nos habríamos comido más.
Salvo que se vaya muy apretado de tiempo, es recomendable dar un paseo por el Parque de Inokashira. Tiene un bonito y alargado lago que, con suerte, te puede deparar alguna sorpresa como la anteriormente mencionada, o ver cómo un ave acuática le lleva un crustáceo a su cría. Dicho lago es atravesado por varios puentes que son muy fotogénicos, y hay un pequeño templo que merece la pena ver. A todo ello se suma que a lo largo y ancho del parque hay muchas señales que nos indican la dirección y la distancia al Museo, por lo que es muy difícil perderse.
IV: Ghibli Museum, Mitaka
A medida que se iba acercando la hora de entrada, mis nervios iban en aumento y mis prisas por llegar al Museo también. En realidad teníamos tiempo más que suficiente, pero mis pies y el resto de mi cuerpo, irremediablemente, querían llegar a destino. Cuando esto pasó no hizo exactamente que me relajara, solo que mi ansiedad por arribar finalizara. Quedaban los nervios por adentrarnos en el famoso lugar, pero podía apaciguarlos un poco contemplando la entrada, las fachadas, al bueno de Totoro haciendo de taquillero o al robot que se veía desde lejos entre las plantas de la azotea del edificio. Cuando ya habíamos visto y fotografiado casi todo el exterior, solo nos quedaba aguardar la hora de entrada.
Al internarnos en el Museo, como en Ghibli Park, nos dieron la entrada para el cortometraje, un folleto y unas explicaciones básicas con las normas. Un hecho sabido pero aún así reseñable es que en la mayor parte del recinto no se pueden hacer fotos, lo cual me parece fantástico, porque hace que se nos quite un ansia a los adultos y todos podamos disfrutar con sus increíbles salas y múltiples detalles.
Al internarnos en el Museo, como en Ghibli Park, nos dieron la entrada para el cortometraje, un folleto y unas explicaciones básicas con las normas. Un hecho sabido pero aún así reseñable es que en la mayor parte del recinto no se pueden hacer fotos, lo cual me parece fantástico, porque hace que se nos quite un ansia a los adultos y todos podamos disfrutar con sus increíbles salas y múltiples detalles.
Metimos apenas las narices en la parte central de la finca y dimos media vuelta en busca de las taquillas para dejar los bártulos, las cuales funcionan con monedas de 100 yenes (que luego te devuelven). Las mismas están bajo un soportal en el patio, y junto a ellas hay una ventana que da a un reconocible (e idílico) paisaje de El castillo en el cielo. El patio quizá sea una de las partes más conocidas del Museo, puesto que en él sí que se permiten hacer fotos. Pero no nos distrajimos mucho allí, eso lo haríamos más tarde, y nos adentramos de nuevo en el Central Hall, donde nada más entrar mostraban la recién ganada Palma de Oro honorífica del Festival de Cannes. De allí nos acercamos al Saturn Theater, pues estaba a punto de empezar la proyección. La entrada, por cierto, es una preciosidad en forma de tres fotogramas de una de las películas del estudio (nos tocó Ponyo en el acantilado y El castillo ambulante). El cine es más pequeño que el del Parque, pero igualmente encantador, con diseño y decoración similares pero con asientos más mullidos y más parecidos a sofás, puesto no son butacas individuales. El corto, Hoshi no Katta Hi, no era tan fácil de seguir como el que vimos en el Cinema Orion (cuya historia era mucho más sencilla), era necesario saber japonés para comprender todos los pormenores de su trama, pero igualmente lo disfrutamos de principio a fin, sobre todo porque se notaba que era un proyecto ambicioso y su acabado audiovisual está muy cuidado, a la altura de las grandes producciones del estudio.
Probablemente la sala que más fascinación me produjo, que me convirtió en un niño, es la de la exhibición permanente The Beginning of Movement, donde se nos explica, entre otras cosillas, las bases del movimiento de cualquier película y se nos anima a usar tres de nuestros sentidos (más el de la curiosidad) para descubrirlo. Mola mucho ver el vídeo con la animación de la evolución de la vida, y ver cómo pasa la película y cómo se produce la magia del movimiento. Los diferentes Panorama Box recreando escenas con muchos detalles y mostrándonos cómo consiguen el efecto de profundidad son fascinantes, y hay una especie de carrusel alucinante donde Mei, Satsuki y Totoro cobran vida; por no hablar del espectacular montaje con el robot de Laputa como protagonista, entre otras muchas cosas (algunas con sus ventanas secretas) que son todo un gozo.
Otra exhibición permanente muy interesante y gozosa de ver, aunque menos espectacular, es Where a Film is Born, situada en la primera planta (justo encima de la anterior) donde se nos muestra, como su propio nombre indica, el proceso que se sigue para dar vida a un film animado, recreando diferentes mesas de trabajo de distintos perfiles (animador, diseñador de fondos, etcétera). Como era lógico, la Special Exhibit Room acogía una muestra dedicada a la oscarizada El chico y la garza, con una significativa muestra de layouts de la misma.
Otra exhibición permanente muy interesante y gozosa de ver, aunque menos espectacular, es Where a Film is Born, situada en la primera planta (justo encima de la anterior) donde se nos muestra, como su propio nombre indica, el proceso que se sigue para dar vida a un film animado, recreando diferentes mesas de trabajo de distintos perfiles (animador, diseñador de fondos, etcétera). Como era lógico, la Special Exhibit Room acogía una muestra dedicada a la oscarizada El chico y la garza, con una significativa muestra de layouts de la misma.
En algún momento nos entró hambre y nos acercamos a la cafetería, pero por desgracia, y a pesar de la cola, apenas les quedaba nada; mas por suerte estaba la segunda opción, donde teníamos comida rápida pero de calidad. Era agradable estar sentados en la terraza (el sol alumbraba generosamente con sus rayos pero sin llegar a quemar), pero todavía nos quedaban cosas que explorar. En la habitación del Gatobús no nos recreamos mucho, al fin y al cabo no nos podíamos subir, pero para llegar a la azotea era necesario pasar por allí. Después de deleitarnos en un mirador que hay justo al salir de la mencionada estancia, ascendimos por la escalera de caracol y nos encontramos con la imponente figura del robot de El castillo en el cielo, sin duda la estrella del lugar, al tratarse del recuerdo fotográfico más demandado. Poco más al fondo, pasando por un estrecho pasillo desde donde se puede observar la cúpula de cristal del Central Hall, se termina el recorrido en un tranquilo remanso con un banco (o dos) y la piedra con la que el malvado Muska pretendía controlar la isla flotante y dominar el mundo.
Junto a la habitación del Gatobús está la librería, un lugar para bibliófilos con conocimientos de japonés, aunque creo que también había algún volumen en inglés, además de postales la mar de majas (las de Keisuke Miyazaki son muy bonitas). Pero en lo que se refiere a un verdadero peligro que hace volar los yenes es la tienda Mamma Aiuto!, un rincón con mercadotecnia variada (también tienen una variedad considerable de postales) para regalar o autorregalarse, y con precios muy variados (yo me regalé los packs de las bandas sonoras de las películas de Miyazaki y Takahata).
En realidad se me mezclan en la memoria los recuerdos del Parque y el Museo, por lo que muchas veces he dudado a la hora de escribir. Pero más allá de lo que se ven en las salas principales, hay detalles que se pueden apreciar en los pasillos, en los baños y en cualquier parte del recinto y que merecen unos segundos de atención. La vidrieras, por ejemplo, son una obra de arte, en las paredes o en los techos o incluso en el suelo y en los pasamanos de las escaleras también se pueden apreciar acabados muy curiosos. Simplemente recorrer el Central Hall y asomarse al mismo desde las diferentes alturas o la pasarela que lo cruza es un deleite (por ver, hasta te puedes topar con un señor echando una cabezada en un sillón). Te lo pasas igual de bien que un niño curioso.
En realidad se me mezclan en la memoria los recuerdos del Parque y el Museo, por lo que muchas veces he dudado a la hora de escribir. Pero más allá de lo que se ven en las salas principales, hay detalles que se pueden apreciar en los pasillos, en los baños y en cualquier parte del recinto y que merecen unos segundos de atención. La vidrieras, por ejemplo, son una obra de arte, en las paredes o en los techos o incluso en el suelo y en los pasamanos de las escaleras también se pueden apreciar acabados muy curiosos. Simplemente recorrer el Central Hall y asomarse al mismo desde las diferentes alturas o la pasarela que lo cruza es un deleite (por ver, hasta te puedes topar con un señor echando una cabezada en un sillón). Te lo pasas igual de bien que un niño curioso.
En realidad esta imagen da miedito. |
V. Extra: el reloj Ghibli
El mismo día que fuimos a ver los edificios del estudio, y una vez se hubieron calmado las pantorrillas de mi sufrida acompañante, a pesar de que no estaba en los planes iniciales, pero viendo que era un lugar accesible, no teníamos otra que ver el reloj diseñado por Hayao Miyazaki por encargo de NHK.
Se trata de un enorme reloj, cuasi gigantesco, que adorna el edificio de la reconocida cadena nipona, cuyo diseño recuerda claramente al del castillo de Howl y su acabado metálico es similar al del robot de Laputa del Museo. Impresiona nada más verlo pero, cada ciertas horas, todavía lo hace más, pues se convierte en un espectáculo de sonido, luz y movimiento (con su toque vaporoso) realmente bonito de ver. Es algo que es mejor descubrir por uno mismo, así que no recomiendo que busquéis vídeos que os destripen la experiencia.
Epílogo
Puede que sea una tontería, pero para mí era relevante visitar Japón, y todo lo relacionado con Ghibli que finalmente visitamos, estando todavía vivo Hayao Miyazaki. Pisar la tierra donde vive mientras vive. Al fin y al cabo, se trata de alguien cuya obra sigo desde hace más de dos décadas, y cuyo influjo en mi persona es innegable. Es un cineasta al que admiro, que incluso puedo idolatrar sabiendo perfectamente que no es un ser de luz. En sus obras (sea manga o anime), además de buen entretenimiento, están los grandes temas que me preocupan, y sus escritos y palabras reflejan una personalidad compleja y muchas enseñanzas. Por ejemplo yo, al igual que Miyazaki, soy un pesimista consumado, no obstante, creo que tiene razón al querer transmitir todo lo contrario a los niños. Porque, tal y como vamos, el futuro no es muy halagüeño, pero debemos creer que lo podemos mejorar. Debemos vivir.
Visita Ghibli:
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