26 septiembre 2024

Visita Ghibli (II): Studio Ghibli

II. Studio Ghibli
Después de disfrutar unos días en Kioto, llegamos a Tokio (sufriendo el primer retraso, por intensas lluvias, de tren) con tres objetivos muy claros.

En realidad nuestra idea inicial era hacer un día Ghibli. Por la mañana ir a la pastelería Shiro-Hige, tras ella pasarnos por el museo y una vez cerrara este visitar el lugar donde han dado forma a tantos sueños y fantasías animadas. Pero las entradas que conseguimos para el museo eran un poco tarde, así que cambiamos los planes y decidimos ir dos días a la pastelería, y el primero de ellos también ir a mirar (más que visitar) Studio Ghibli 1, Studio Ghibli 2, Buta-ya y hasta la guardería para los hijos de los empleados de Ghibli.
Pero supimos aprovechar bien la jornada y, casi sin darnos cuenta, hicimos un día no solo muy ghibliesco, sino muy animado en general, puesto que por la mañana, además de gozar de las magníficas vistas de uno de los miradores del edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, visitamos el hermosísimo Jardín Nacional Shinjuku Gyoen. En este lugar, llegado a un punto, me vino a la cabeza una visión, visión que no supe reconocer al momento. Pero a medida que aparecían en mi mente más imágenes lo cierto es que me emocioné, puesto que recordé que Makoto Shinkai lo recreó magníficamente en el que es probablemente su mejor trabajo, El jardín de las palabras. La pista definitiva fueron las ramas de los árboles rozando las aguas del lago, pero antes de ello, el rincón que desbloqueó esos vivos colores del film de Shinkai, fue la caseta con su banco a la sombra de unos árboles. Nos faltó un poco de tiempo para pasear por todo el parque (nos costó un poquito más de lo esperado dar con una entrada), pero lo cierto es que creo que lo disfrutamos más de lo que esperábamos, y nos dijimos que siempre podríamos tener en un futuro otra oportunidad de descubrir lo que nos faltaba por ver.
 
Lo cierto es que no caímos en la cuenta de que Shirohige´s Cream Puff Shop cierra, al igual que el museo, los martes, por lo que nos acercamos solo para dar el paseo y ver su no muy vistoso escaparate (y aún así nos hicimos fotos). Pero antes de ello, y aunque en principio es fácil llegar una vez tomas la Chuo Line, es preciso advertir que hay que andarse con ojo porque te puede pasar que te metas en un tren que termine su recorrido en Nakano (como nos pasó). No nos dimos cuenta hasta que no fue de regreso, así que solo tuvimos que bajarnos en la primera parada y allí estar atentos a no cometer el mismo error. Pero claro, luego nos encontramos con la pastelería cerrada y se nos fue un buen trozo de día.
En la estación Kichijoji fuimos cuidadosos de montarnos en un tren que parase en Higashi-Koganei, y ya allí fue seguir la ruta que me había apuntado en un papel, con un mapa esquemático incluido (prefiero usar Maps solo cuando sea imprescindible) para llegar a nuestro destino. Uno o dos meses atrás, de hecho, hice la ruta virtual a través del Maps y seguimos prácticamente la misma ruta, aunque las obras que jalonaban la calle cambiaron el paisaje urbano residencial de la zona, lo que hizo que dudara un poco. Un indicativo que me confirmó que íbamos por buen camino era una máquina de bebidas. Es cierto que siendo Japón tampoco es que sea muy fiable guiarse por ello (hay miles), pero no tenía ninguna duda de que era la correcta (el aparcamiento de detrás era otra señal). Así que avanzamos y, aunque me desorienté ligeramente, mirando a la derecha vi algo en un techo que atrajo mi atención y que, a mi juicio, tenía la marca de Miyazaki.

El hipopótamo en el pequeño estanque de agua me despistó, no me lo esperaba. De hecho me quedé unos instantes mirando el edificio que tenía delante, incluyendo las figuras que coronaban su techo y, aunque me era sutilmente familiar, no lo terminaba de reconocer. Fue cuando avancé apenas unos metros que caí en la cuenta de qué lugar se trataba al ver uno de los destinos ineludibles del viaje.
Buta-ya es la casa donde Hayao Miyazaki suele trabajar en solitario, además también se realizan ruedas de prensa y entrevistas. Se puede ver en algunos documentales (como el excelente 10 años con Miyazaki de la cadena NHK) y su imagen estaba muy clara en mi mente antes incluso de verla. Pero si no estás cerca es posible que no la reconozcas, ya que que unos frondosos árboles la protegen de miradas curiosas como la de gaijines otakus como un servidor. Me aproximé a la casa lenta y respetuosamente, un poco intimidado incluso. No quería comportarme como un fan desesperado por hacerme unas cuantas fotos delante y, todavía menos, como un fisgón con ansias de acercarse a las ventanas para atisbar aunque fuera una ceja del maestro. De hecho, las luces estaban encendidas y se podían observar al menos dos mujeres en el interior, pero alguien, al vernos, no tardó en bajar las persianas y protegerse de ojos ajenos. Estuvimos un rato allí, y sí, hice fotos e hice que me hicieran fotos, pero parece que tuvieran unos buenos y eficientes guardas, exactamente una manada de mosquitos que dejaron las pantorrillas de mi acompañante sin apenas hueco donde extraer sangre y lo estaba pasando mal, por lo que entre los padecimientos de ella y mi inquietud por molestar, me incliné en un respetuoso saludo (quizás estuviese Miyazaki, cual abuela del visillo, mirando detrás de una cortina) y proseguimos con nuestra ruta.
En realidad, por pura casualidad, invertimos el orden que teníamos pensado seguir, por lo que después de recrearnos con la guardería y el lugar de trabajo de Miyazaki, seguimos por la calle hasta toparnos con Studio Ghibli 2 (aunque justo encima de su entrada pone Ghibli 2 Studio), lugar donde se realiza el doblaje de sus películas. Frente a este se halla el edificio principal, donde están el grueso de animadores, donde se crea el arte y la magia por así decirlo.

Como me pasó en Buta-ya, sentía muchísimo respeto de acercarme de más, consciente de que quizás más de un turista ha metido las narices demasiado adentro (de eso se desprende los diferentes carteles que se pueden leer en sus dos entradas). Igualmente, miramos el edificio de arriba abajo con curiosidad. Un inmueble que, salvo por la árboles y las enredaderas que lo protegen, puede no llamar la atención, podría estar dedicado a cualquier cosa, pero para aquellos que llevamos tiempo enamorados de su cine es una parada obligatoria. Para mí fue importante verlo.
Hicimos algunas fotos y mi acompañante quiso acercarse más, sentía curiosidad de lo que ponían en los carteles y, aunque no se aproximó excesivamente, después de unos minutos un guardia de seguridad del interior se asomó un poco para averiguar si había moscardones. Entonces yo le hice un gesto, señalando mi ojo derecho con un dedo queriendo indicar que solo estábamos mirando, y a la par me disculpé inclinándome un poco en un par de ocasiones, haciendo el hombre lo mismo y retirándose adonde estuviese su puesto.

Habría pasado más tiempo observando aquel edificio o echando un ojo por los alrededores, pero mi acompañante estaba pasándolo verdaderamente mal a cuenta de los mosquitos. No era nada agradable ver su cara de sufrimiento, por lo que pusimos rumbo a la estación Higashi-Koganei con una sensación algo agridulce.

Visita Ghibli:

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