Una noche, a finales de mayo o principios de junio, mi padre vio dos o tres pequeños erizos en el jardín; andaban de un lado para otro, rebuscando entre las plantas y la hojarasca, intentando cazar insectos. Era una imagen que aún tengo grabada en la memoria, pues jamás había visto un erizo "en carne y hueso" y encima éstos eran unas crías.
Al día siguiente, creo, me tope detrás de mi casa con uno de esos erizos; prácticamente casi lo piso. No obstante lo vi y me quedé quieto, agachado, observándolo. Al principio el erizo (que mi madre le pondría el nombre de Espinete) permaneció inmóvil, mirándome con recelos, pero no tardó mucho en empezar a caminar con toda la tranquilidad del mundo y pasar a apenas unos centímetros de mí, y largarse tan campante.
Tras ese encuentro creo que lo vimos al menos un par de veces más, y después estuvimos un día sin ver a ninguno, hasta que otra noche los vimos de nuevo. Aunque esa fue la última vez que vimos a más de uno. Pues a partir del día siguiente o puede que el posterior (al siguiente), tan sólo veíamos a Espinete. Éste era de lo más desvergonzado, y no nos tenía ningún miedo, andaba de aquí para allá mientras nostros lo observábamos y no nos hacia ni caso. Si veía algo moverse se quedaba quieto durante un instante, y después continuaba él con lo suyo; y nosotros podíamos estar tan tranquilos hablando junto a él, que Espinete nos ignoraba y seguia escarbando.
Desde luego, ha sido una de las cosas más bonitas que me han ocurrido, y es que era un animal entrañable (aunque no muy abrazable), de lo más simpático.
No obstante, no podíamos más que preocuparnos ante la evidente falta de sus hermanos, eso también quería decir que su madre tampoco estaba allí, que se encontraba solo. Pero nos dimos cuenta demasiado tarde, pues un día, y a pesar que la tarde anterior lo habíamos visto tan tranquilo, buscando comida, mi madre se lo encontró muy débil. Lo cogió, lo metió en una caja de zapatos y lo llevamos al veterinario, pero éste NO estaba; así que nos dirigimos al pueblo más cercano PERO EL VETERINARIO TAMPOCO ESTABA, nos resignamos a esperar hasta el día siguiente, le dimos algo de leche y, ya por la noche, comprobamos felices que estaba notablemente mejor, a mí al menos me dio un ataque de optimismo, realmente dormí tranquilo al verlo tan espabilado. Pero al despertarme por la mañana, y al darle de nuevo algo de leche, comprobamos que, por desgracia, había recaído. Lo metimos en su cajita, y el pobre ya estaba agonizando, se estaba muriendo, mas yo seguía sin perder la esperanza, no quería creer que realmente ese bello animal fuera a morir. Pero pasado más de una hora, quise comprobar cómo se encontraba y... ya estaba muerto; entonces, la congoja me invadió, sentí una gran pena y pensé que podríamos haber hecho más, que podríamos habernos esforzado un poco más para salvar a Espinete, y también desee que, aunque sé que ha muchos les parecerá una tontería, que hubiera muerto en paz, sin miedo, que se hubiera sentido querido y a gusto en sus últimas horas. Ojalá se hubiera sentido así.
Yo soy una persona, que al igual que mis padres, ama a los animales y la naturaleza, que disfruto enormemente observándolos en libertad, que gozo endo a la sierra, y que intento hacer lo posible para que mis futuros descendientes vivan en un mundo por lo menos igual que en el que yo vivo, aunque desearía que las generaciones venideras disfrutaran de un mundo mejor. Pero por desgracia eso será imposible: el cambio climático, la tala insostenible de los bosques, la sobrepoblación, el consumismo exacerbado, la sobrexplotación de los mares; la contaminación de ríos, mares y el propio aire que respiramos; la caza por pura diversión, la extinción masiva de especies, la pérdida de biodiversidad, la pérdida de culturas, la globalización, las guerras y las hambrunas, las nuevas enfermedades (creadas o generadas a causa de nuestra estupidez), y, desgraciadamente, un gran etcétera.
El ser humano actual es egoísta, y no entiende que la tierra no es suya, sino que, como dice el proverbio indio, es un préstamo de nuestros hijos.
Aquí os dejo un enlace con el que podréis ver un pequeño homenaje:
http://www.youtube.com/watch?v=aTgq5_QAfN0
Al día siguiente, creo, me tope detrás de mi casa con uno de esos erizos; prácticamente casi lo piso. No obstante lo vi y me quedé quieto, agachado, observándolo. Al principio el erizo (que mi madre le pondría el nombre de Espinete) permaneció inmóvil, mirándome con recelos, pero no tardó mucho en empezar a caminar con toda la tranquilidad del mundo y pasar a apenas unos centímetros de mí, y largarse tan campante.
Tras ese encuentro creo que lo vimos al menos un par de veces más, y después estuvimos un día sin ver a ninguno, hasta que otra noche los vimos de nuevo. Aunque esa fue la última vez que vimos a más de uno. Pues a partir del día siguiente o puede que el posterior (al siguiente), tan sólo veíamos a Espinete. Éste era de lo más desvergonzado, y no nos tenía ningún miedo, andaba de aquí para allá mientras nostros lo observábamos y no nos hacia ni caso. Si veía algo moverse se quedaba quieto durante un instante, y después continuaba él con lo suyo; y nosotros podíamos estar tan tranquilos hablando junto a él, que Espinete nos ignoraba y seguia escarbando.
Desde luego, ha sido una de las cosas más bonitas que me han ocurrido, y es que era un animal entrañable (aunque no muy abrazable), de lo más simpático.
No obstante, no podíamos más que preocuparnos ante la evidente falta de sus hermanos, eso también quería decir que su madre tampoco estaba allí, que se encontraba solo. Pero nos dimos cuenta demasiado tarde, pues un día, y a pesar que la tarde anterior lo habíamos visto tan tranquilo, buscando comida, mi madre se lo encontró muy débil. Lo cogió, lo metió en una caja de zapatos y lo llevamos al veterinario, pero éste NO estaba; así que nos dirigimos al pueblo más cercano PERO EL VETERINARIO TAMPOCO ESTABA, nos resignamos a esperar hasta el día siguiente, le dimos algo de leche y, ya por la noche, comprobamos felices que estaba notablemente mejor, a mí al menos me dio un ataque de optimismo, realmente dormí tranquilo al verlo tan espabilado. Pero al despertarme por la mañana, y al darle de nuevo algo de leche, comprobamos que, por desgracia, había recaído. Lo metimos en su cajita, y el pobre ya estaba agonizando, se estaba muriendo, mas yo seguía sin perder la esperanza, no quería creer que realmente ese bello animal fuera a morir. Pero pasado más de una hora, quise comprobar cómo se encontraba y... ya estaba muerto; entonces, la congoja me invadió, sentí una gran pena y pensé que podríamos haber hecho más, que podríamos habernos esforzado un poco más para salvar a Espinete, y también desee que, aunque sé que ha muchos les parecerá una tontería, que hubiera muerto en paz, sin miedo, que se hubiera sentido querido y a gusto en sus últimas horas. Ojalá se hubiera sentido así.
Yo soy una persona, que al igual que mis padres, ama a los animales y la naturaleza, que disfruto enormemente observándolos en libertad, que gozo endo a la sierra, y que intento hacer lo posible para que mis futuros descendientes vivan en un mundo por lo menos igual que en el que yo vivo, aunque desearía que las generaciones venideras disfrutaran de un mundo mejor. Pero por desgracia eso será imposible: el cambio climático, la tala insostenible de los bosques, la sobrepoblación, el consumismo exacerbado, la sobrexplotación de los mares; la contaminación de ríos, mares y el propio aire que respiramos; la caza por pura diversión, la extinción masiva de especies, la pérdida de biodiversidad, la pérdida de culturas, la globalización, las guerras y las hambrunas, las nuevas enfermedades (creadas o generadas a causa de nuestra estupidez), y, desgraciadamente, un gran etcétera.
El ser humano actual es egoísta, y no entiende que la tierra no es suya, sino que, como dice el proverbio indio, es un préstamo de nuestros hijos.
http://www.youtube.com/watch?v=aTgq5_QAfN0