En el momento que la Disney compró Lucasfilm y, con ello, los derechos de todas sus sagas cinematográficas y, muy especialmente, La guerra de las galaxias, se desató cierta polémica por las redes, un poco absurda por otra parte, ya que muchos temían las disneyficación de la franquicia galáctica. Un servidor no sentía ese temor, sobre todo porque una vez compró la compañía de Mickey Mouse Marvel, las producciones cinematográficas de la misma no sufrieron una bajada de interés precisamente; lo que sí que ha ocurrido, y estaba claro que iba a pasar puesto que invirtieron una millonada en la adquisición del imperio de George Lucas (3000 millones de euros, si no recuerdo mal), es que iban a explotar la marca todo lo que pudieran, cosa que se hizo patente pronto no solo al anunciar los episodios VII, VIII y IX, sino también películas sobre Han Solo (que será una trilogía) y filmes paralelos como Rogue One: Una historia de Star Wars (Rogue One: A Star Wars Story, 2016).
Hace un año (en el momento de escribir esta reseña) vi El despertar de la fuerza y me lo pasé muy bien. Me gustó tal y como es aunque no le quito razón a George Lucas con su crítica al film, pues sin duda bebe mucho de la trilogía original, quizá demasiado en algunos puntos. Rogue One, siendo indudablemente un film apegado a la franquicia (transcurre entre los episodios III y IV, de ahí que algunos de los personajes de estos aparezcan aquí), tiene un estilo visual diferente, más realista hasta cierto punto y un tono algo más serio en general, aunque sin por ello renunciar al humor y a la aventura.