Cuando estaba en la escuela mi maestro me explicaba que la Unión Europea
(o más bien CEE, como se conocía por aquel entonces) uniría a todos los
países de Europa bajo una bandera, que podríamos movernos libres por
sus Estados, que podríamos comprar con una misma moneda en todos ellos
(el ECU se llamaba), que con la Unión se aspiraba a la equidad y al
bienestar social, a la Democracia y al respeto por los Derechos de los
europeos (así como a los Derechos Humanos). Pero de eso hace mucho
tiempo y, aunque actualmente la UE sigue teniendo muchos aspectos
positivos, las cosas han cambiado.
Lo cierto es que la UE no es
tan democrática como debería, lo cierto es que entre sus miembros hay
países de primera, de segunda e incluso de tercera, la verdad es que no
es lo transparente que debiera, que intenta ocultar a sus ciudadanos
“cosas” importantes que pueden afectar no solo a su forma de vida, sino a
la calidad de la misma y también a sus Derechos.
Como el
TTIP,
el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones, cuyas
negociaciones se están llevando a cabo desde mediados de 2013 y que, por
miedo a un rechazo masivo de la ciudadanía, se está llevando a cabo de
forma hermética. Aunque afirmen que no se trata de desregularizar sino
de hacer una
“regularización más inteligente”,
resulta poco creíble que así sea dada la nula transparencia con la que
se está llevando a cabo. Ya sabemos el tipo de tratado que se firma con
los EEUU, en muchos países de latinoamérica lo saben muy bien, son
acuerdos donde se traspasa poder al capital, donde las multinacionales
pueden demandar a los Estados por políticas que puedan conllevar que
tengan menos beneficios de los
esperados, donde las empresas biotecnológicas decidirán sobre la
restricción o prohibición
de sus semillas, donde unas pocas empresas sean dueñas de la
propiedad intelectual, en definitiva, donde la voz de los europeos (y también
del pueblo estadounidense) no sea escuchada ni tenida en cuenta.
No, no puedo ser optimista con una Europa así.