29 agosto 2024

Visita Ghibli (I): Parque Ghibli

Introducción
Lunes 1 de julio de 2024, voy al trabajo cansado y con la mente abotargada. Voces en un idioma ininteligible se mezclan con el traqueteo del tren. Mis recuerdos me llevan pocos días atrás, a un casi ininterrumpido y respetuoso silencio, al traqueteo de otro tren cuyo destino era bien distinto.

No me gusta hacer grandes viajes. Me estresa solo pensarlo, me resulta tedioso planificar rutas o lugares a visitar (de hecho, preferiría no planificar y simplemente pasear de un lado a otro e ir descubriendo sitios), además no me siento bien al ser consciente de cuán contaminante es el transporte aéreo. Pero hay viajes que, si deseas realizarlos, te tienes que estresar previamente y debes hacer una mínima planificación si no quieres perderte lugares que merecen la pena ser visitados (y, por supuesto, no tienes otra que tomar un avión, salvo que tengas tanto tiempo y dinero como Willy Fog).

Tenía claro que cuando fuera a Japón una visita obligada era todo aquello relacionado con Studio Ghibli. Más exactamente, debía ver (y palpar) con mis propios ojos (lo de palpar lo haría con las manos, que con los ojos me haría daño) el Museo Ghibli, Studio Ghibli, Studio Ghibli 2, Buta-ya y, de camino, la pastelería Shiro-Hige, la guardería Ghibli. Ghibli Park no es un proyecto que me haya entusiasmado desde que se anunciara (considero que no hace falta hacer parques temáticos de todo..., de hecho ya hay mucho parque temático -incluyendo el centro de muchas ciudades-), de ahí que no estuviera en mi lista, pero, ya que iba a pasarme, y que mi acompañante sí que tenía interés, pensé que mejor verlo que arrepentirme de no hacerlo.

El único tren japonés donde escuché jaleo fue en el de vuelta del Parque Ghibli. En él, varios grupos de estudiantes (fundamentalmente féminas), charlaban y reían animadamente, lo cual me recordaba a las mujeres de muchas de las obras de Hayao Miyazaki. Siempre decididas y siempre alegres. Me pareció un homenaje bonito, aunque fuera un homenaje que, probablemente, solo yo percibiera. El viaje de ida fue distinto, como en cualquier transporte público nipón reinaba el silencio, pero un silencio donde se palpaba excitación y expectación, o al menos un servidor así lo sentía.
I. Ghibli Park
La estación Fujigaoka desde la que se toma la línea Linimo hacia la estación de interminable nombre, Ai-Chikyuhaku Kinen Koen (Chihiro diría que parece el nombre de un dios), que lleva al Expo 2005 Aichi Commemorative Park y al mismo Parque Ghibli, nos recibe con una ghibliesca ornamentación (incluyendo un mapa) que obliga al viajero a pararse a mirar y hacer fotografías. Los trenes también tienen llamativos colores (aun sin estar relacionados con Ghibli), y el paisaje hasta el destino vira de lo urbano a lo rural, divisándose alguna muy bonita casa tradicional y diversos bosques en los alrededor de 13 minutos de trayecto. Ya desde la mencionada estación, se divisa un ascensor, inspirado en la casa de baños de El viaje de Chihiro, junto al mismo hay también una escalera de caracol, pero por la misma no se puede bajar al estar cerrada con un candado bien gordo. En realidad yo quería bajar por el camino que había a la derecha, pero gente muy amable nos invitaron a entrar al ascensor y no pudimos negarnos. No recuerdo que el interior del ascensor tuviese detalle llamativo relacionado con Ghibli.

Después de un lago artificial, en cuya orilla dos cormoranes se estaban secando las plumas en su pose característica, y junto a una pista de patinaje sobre hielo, está el Ghibli's Grand Warehouse. Francamente su nombre no podía ser más descriptivo, puesto cualquier despistado que camine por allí lo puede tomar como un almacén cualquiera (o incluso como otra pista de patinaje sobre hielo), pero si tiene un mínimo de curiosidad y se acerca un poco, con suerte observará en una oscura esquina un grueso tronco con un robot (varios en realidad) descansando el sueño eterno. Pero para los que saben a dónde van, solo les queda aparcar su paraguas en los curiosos paragüeros de seguridad que se ven en tantos establecimientos japoneses y hacer cola (según su hora de entrada, la nuestra fue a las 11, pero mejor acercarse antes) para entrar a un pequeño mundo con muchos lugares familiares.

Advierto de que lo que relataré (y lo relatado) está limitado por mi memoria. Por otra parte, no pretendo describir al detalle lo que vi, sino más bien transmitir sensaciones.
A la entrada te reciben dándote unas directrices básicas (te ponen un texto en inglés muy fácil de comprender) y te dan la bonita entrada para el Cinema Orion. Bajando unas escaleras te encuentras con el pequeño y atestado cuarto del Club de Filosofía de La colina de las amapolas. Aquí realmente puedes ir a izquierda o derecha, pero un servidor tenía ansías por ver el cortometraje, así que viramos hacia la segunda dirección, donde además del puesto de información y una cola, que ya se hacía enorme, para la Central Exhibit Room (un consejo: visitarla lo antes posible) están las escaleras centrales, cuyo estilo recuerda un poco a Gaudí, que están coronadas con un enorme y chulísimo artefacto volador marca de la casa colgado del techo. Si te paras un poco aquí verás detalles (es probable que cambiantes), como los pelícanos y la garza de la última película de Miyazaki o los kodamas, también hay una escultura la mar de molona y muchos detallitos más.

Como Ghibli, al fin y al cabo, se dedica a contar historias, mi primer objetivo era ver una de ellas en formato breve que, para más inri, solo se puede ver en dos lugares en el mundo (salvo en ocasiones especiales). El Cinema Orion es uno de ellos, y es un cine con mucho encanto desde el acogedor hall, donde puedes comprar los libretos del corto que proyectan y alguna cosilla más, hasta la misma sala, que invita a mirar todas su paredes y techos. Una vez gozado del entrañable Koro no Dainsapo que, por suerte, es totalmente comprensible a pesar de carecer de subtítulos, solo nos quedaba pasear por el Gran Almacén Ghibli y descubrir su tesoros.
Tesoros que, casi cualquiera con interés, seguro que conocerá en gran medida ya que, a diferencia del Museo, en el Parque se permiten hacer fotos en casi todas sus salas. Uno de los rincones que visité, y que me gustaron mucho, fue la Cat Bus Room, donde los peques pueden divertirse con un peculiar Gatobús, y los adultos curiosear y meterse, por ejemplo, en el mismo tronco donde Mei se quedó dormida sobre Totoro. Pero muchos otros sitios te sumergen dentro de las películas del estudio. Uno de los más celebrados y pintorescos, porque desde luego la peli da mucho juego para ello, es la zona inspirada en Arrietty y el mundo de los diminutos, con rinconcitos muy chulos más allá de la habitación de la prota o el jardín de plantas gigantescas (si sabes mirar verás hormigas gigantes sobre tu cabeza). También tendrás la oportunidad de observar cómo trabaja Yubaba en su despacho, de visitar exposiciones que recorren la filmografía y la historia del estudio (con innumerables ediciones de sus filmes y carteles de los mismos, o el bar con Totoro detrás de la barra), o de saldar una injusticia que se venía cometiendo desde 2001 y subir al auténtico Gatobús y sentarte en sus peludos asientos. Algo que lo mismo es simple pero que a mí me impresionó, fue escrutar desde muy cerca un Oscar, exactamente el que consiguió El chico y la garza (¡qué bien iluminado estaba!).

Comer en la cafetería de Ghibli's Grand Warehouse es una opción atractiva. Hay variedad y sugerentes opciones y, teniendo en cuenta que es un parque temático, no te dejará sin yenes en los bolsillos (más peligro tiene la tienda). Además, los diversos bocadillos, y pizzas, vienen con su banderita Ghibli que los distinguen más si cabe y que da pena tirar (yo las guardé). Nosotros probamos el bocadillo de espaguetis y el de espinacas y setas (al que, a pesar de estar muy rico, eché en falta un poco más de contenido), optando por tomar de postre un roll relleno de chocolate y banana. También había un puesto de helados, que no catamos, y que sí que se notaba más la diferencia de precios con los de cualquier calle.
Uno de los problemas que tiene el Gran Almacén (que es más grande de lo que parece, el espacio está realmente bien aprovechado) es que prácticamente cada rincón te invita a hacerte una foto (hasta los extintores y las salidas de emergencias están tematizados), lo cual hace que pase el tiempo sin apenas percatarte. Y esto es un problema porque, si entras en el susodicho sin haber accedido previamente a algunas de las otras zonas, quizá se te eche encima la hora de cierre. Es por ello que, llegado un punto, decidimos pararnos menos a hacer fotos y mirar más (como, por ejemplo, el Open Warehouse, que esconde piezas que se han exhibido en otras salas en algún momento y que están muy chulas), y aun así decidimos abandonar la cola de la Central Exhibit Room para que nos diera tiempo de salir y echar un par de ojos a las otras cuatro zonas.

Y aún así no nos dio la vida para ver Hill of Youth (que se inspira en Susurros del corazón y Haru en el reino de los gatos), a la que nos acercamos cuando ya habían cerrado. La vimos desde el exterior (y desde múltiples ángulos). Sí que pudimos entrar a Mononoke Village, Valley of Witches y Dondoko Forest.
Algo importante que hay que tener en cuenta es que solo se puede acceder una vez a cada zona. Una vez sales no puedes arrepentirte y dar la vuelta para comprobar aquél detalle que te llamó la atención o explorar un recodo que no te atreviste en el momento, pues no te dejarán pasar. En nuestro caso optamos por ir primero al Pueblo de Mononoke, el cual, he de decir, me decepcionó, puesto que lo vi demasiado sencillo. La recreación de la torre vigía está muy bien, pero las esculturas de Okkoto y el demonio no tienen ese aspecto amenazador de la película, sino uno más amable (que tiene su lógica, peeeero...); Tatara-ba, la fundición, es un lugar para comer, por lo que apenas asomamos el hocico y ni miramos lo que había, que andábamos con prisas (y sin hambre); el resto prácticamente simula ser campos de cultivos (de hecho, los alrededores lo son), y también hay una pequeña tienda que no nos llamó la atención e ignoramos.
El Valle de las Brujas ya es otra historia. Y eso es así porque toma prestado elementos de más de una película de Ghibli, principalmente de Nicky, la aprendiz de bruja, El castillo ambulante y Earwig y la bruja. Si no me falla la memoria, lo primero que hicimos fue entrar a la casa de Earwig, muy maja toda ella, que incluso hace valorar más la película de Goro Miyazaki; como no podía ser de otra manera, la habitación que más nos gustó es la de las pócimas, aunque echamos de menos al gato. Pero si hay algo que atrapa los sentidos ya desde la distancia es el castillo de Howl, una recreación algo simplificada del visto en la magnífica película de Hayao Miyazaki, y que es maravilloso verlo por fuera (cuando se ponen en movimiento ciertas partes todavía más), y que por dentro nos mete de lleno en el film, recreando las estancias, algunas tan difíciles y abigarradas como la habitación de Howl.

Hay más cosicas en el Valle que ver, aunque al menos una de ellas (la residencia de los Okino) solo se puede acceder con entrada Premium. También habría que destacar que tiene un tiovivo y otra pequeña atracción para los peques, una parte que recrea la sombrerería de Sophie, y una panadería-pastelería con muy buena pinta todo lo que tiene (lo poco que probamos nos encantó).
Desgraciadamente, no nos pudimos parar a mirar más tranquilamente si queríamos ver al menos una zona más, y la que tocaba era el Bosque Dondoko. Exactamente mi objetivo particular era la casa de Mei y Satsuki, que estaba tras un largo, sinuoso y cuasi laberíntico (pues hay varios posibles) camino. Camino que ya de por sí merece la pena, pues es una verde floresta realmente bonita y pintoresca, que está atravesada por una pasarela de madera que hace que el visitante esté en una especie de precioso camino guiado. En Dondoko hay dos opciones de visita y ambas son excluyentes, así que quien no lo tenga claro puede tener problemas o quedarse con el gusanillo, pero en mi caso no tenía ninguna duda (como tampoco dudo de que, el día que regrese al parque, me decantaré por la otra opción). Accedimos prácticamente a la hora de cierre y, tras quitarnos los zapatos, correteamos en busca de los duendes del polvo y los totorines, nos metimos en la cocina, la habitación de Tatsuo Kusakabe y hasta en el baño. Frente a la casa, por cierto, están las plantas que las niñas plantaron y que hicieron crecer junto a Totoro.
 
Mientras visitábamos el Parque Ghibli me salió en varias ocasiones, de forma totalmente natural y nada premeditada, la frase “la próxima vez que vengamos...”. Y quizás el mejor piropo que se le pueda hacer es ese, que es un lugar al que, aunque no tuvieras especialmente ganas de ir, desearías volver. No es un parque temático espectacular, carece prácticamente de atracciones, y las pocas que hay son algo pequeñito, pensado especialmente para los niños. Su filosofía es meterte en el mundo de las películas Ghibli sin necesidad de bambolearte ni bombardearte con experiencias extremas, sino más bien despertar tu curiosidad y hacer sentirte como un personaje más, como un niño descubriendo un mundo mágico.
Tardamos un rato en abandonar el Expo 2005 Aichi Commemorative Park (que también esconde en diversos lugares algunos secretos relacionados con las películas de Miyazaki y compañía). A pesar de ver casi todo se nos quedaron algunas cosas en el tintero y una sensación agridulce nos embargó, no tanto por eso que nos quedó por ver como por el simple hecho de que la jornada había llegado a su fin.

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