Le escribo esta misiva desde su estudio en Orfordsheild para comunicarle que su divina señora ha caído en un estado neblinoso del que ningún doctor parece capaz de sacarla. Ninguno de los múltiples médicos (los mejores de este y todos los condados aledaños) que la han examinado han sabido decir qué le ocurre, ninguno se ha atrevido a administrarle tratamiento alguno, ya han venido incluso varios curanderos ofreciéndonos ayuda pero les he echado a patadas antes de darles tiempo siquiera a darse cuenta de ello.
Señor, permítame decirle lo que pienso. Su señora no tiene ningún mal que pueda curar la medicina moderna ni tampoco los ritos arcaicos, su enfermedad está alojada en el centro de su ser: en el corazón. Desde que se fue usted hace ya más de un año su salud no ha ido sino empeorando, su piel se volvió más pálida, apenas tenía apetito, dejó de dar su paseo de las tardes por los jardines y al final cayó enferma. Desde hace más de una semana su estado pasó a ser el actual, no reacciona ante nada y nadie, le tenemos que forzar para que beba algo de agua y sopa, jamás cierra los ojos, los cuales permanecen fijos en el techo de la alcoba.
Le pido, le ruego, que por favor vuelva lo antes posible, nada más leer estas líneas. La señora le necesita, le hace falta su calor y compañía para poder salir de la nada en la que está sumida.
Un sincero y afectuoso saludo,
Alfredo
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