Ayer no fue un domingo cualquiera, no, y es que uno no cumple años muy a menudo (que yo sepa suele ser una vez al año, no sé si habrá alguien que lo cumpla de mes en mes. O de cuatro en cuatro años, pues el que haya nacido un 29 de febrero... lo tiene jodido). La edad que cumplí es lo de menos, eso no tiene importancia aunque venga al caso, y es que la vejez se aproxima irremisiblemente, los años pasan como un abejorro volando por delante de tus narices y apenas te das cuenta de cómo los pétalos de las rosas verdiazuladas se caen mientras el triguero canta en la copa del pino que está lleno de procesionarias que luego pican que no veas si te pones debajo. Y es que como decía la madre de Forrest Gump, la vida es como una caja de marsupiales, ¿o era de galletas rellenas de bacalao con espaguetis con carne de ternera loca de primerísima calidad?
De todos modos, nadie puede negar que la "efimeridad" -nótese que esta es una palabra inventada- de la vida está ahí, que un día tienes siete años y al rato tienes noventa y tantos. Y es entonces cuando uno empieza a pensar si el tiempo que ha vivido lo ha aprovechado como debiera, y es entonces cuando los nubarrones aparecen en la memoria, cuando las lágrimas fluyen como ríos de lava y te cagas en los muertos de varios conocidos o desconocidos, porque te hicieron tal o cual cosa de mal gusto, porque no te trataron como se suele tratar a una persona; pero también piensa uno que ha tratado mal a más de uno, o que te gustaría haberle dicho algo a una persona en especial... pero ya es demasiado tarde, porque el tiempo pasa y con ello las vidas se separan, los destinos son divergentes a menudo, y una vez que se alejan es muy difícil que se vuelvan a unir, mas siempre quedará el recuerdo. Aunque sea un triste punto negro en nuestra memoria.
Gracias a todos aquellos que se acordaron de mi cumpleaños, que al fin y al cabo de eso estaba hablando, y gracias a aquellos que me hicieron algunos regalos. Gracias a mís padres y a mís hermanos.
Se acabó (por hoy)...
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