Esa es una pregunta que me hice ayer (12/05/2008), ¿cuánto odio puede albergar el corazón de un hombre? No es una pregunta al uso, desde luego, y mucho menos sin razón, fue algo lo que me hizo reflexionar sobre ello, una breve noticia que me impactó sobremanera, y que hizo languidecer mis ánimos por momentos, que me hizo sentir repulsión por el género humano... más aún.
¿Por qué hacemos las cosas que hacemos? ¿Qué nos lleva a realizar ciertas acciones que horrorizan al mundo? Cosas, como por ejemplo, el caso de Josef Fritzl, que encerró y violó a su hija durante años. Pero ése es un ejemplo que aunque tiene ciertos puntos en común con el que me lleva a escribir estas líneas no se acerca a la idea que quiero transmitir, aunque sí muestra hasta qué punto puede llegar nuestra especie.
Un padre mató a su hija en Irak, una chavala de 17 años, por enamorarse de un británico. La ahogó con el pie, pisándole el cuello; y después de eso, y de que el gobierno iraquí lo dejara libre, aún decía: "La muerte era lo que se merecía. Ha deshonrado a la familia al relacionarse con el enemigo, con el invasor, el cristiano" (Fuente: 20 Minutos). ¿Cuánto odia ese hombre a los invasores para hacer algo tan horrible como asesinar a su propia hija? ¿Qué hemos hecho nosotros, los occidentales, para evitar ese odio? La respuesta a la primera pregunta es inconcebible, la respuesta a la segunda pregunta y el quid de la cuestión es más simple, infinitamente más sencilla: no hemos hecho nada, justo lo contrario, con nuestra aptitud, prepotencia, intolerancia, insolidaridad y miedo hacia otras culturas y razas hemos expandido la mayor de las epidemias que asolan a la raza humana.
El odio carcome a medio mundo, una guerra silenciosa late en lo más profundo de los corazones de todos nosotros. Es miedo, un miedo que poco a poco nos están metiendo en el cuerpo, miedo al llamado terrorismo internacional, miedo al Islam, miedo que crece y que se convierte en odio ante la ignorancia de la gran mayoría, odio que lleva a que muchos apoyen la invasión de países sin motivo o simplemente con falsos motivos cuando en realidad lo único que se busca con ello no es hacer justicia, sino obtener beneficios económicos. ¿Cuántos jóvenes como la mencionada iraquí deben morir para que nos paremos a pensar? ¿Cuánto odio pueden albergar nuestros corazones sin poner en peligro la existencia del mundo tal y como lo conocemos? ¿Cuánto tiempo dejaremos que nos manejen como a marionetas, que nos usen unos pocos poderosos que sólo buscan dinero y poder? Preguntas surgen miles, respuestas apenas, soluciones ninguna... al menos mientras sigamos mirando a nuestros vecinos con la venda del miedo y el odio.
2 comentarios:
El fanatismo religioso del que hacen gala los países árabes es el gran problema, aunque nuestro egoísta sistema memocrático no se queda corto.
Eso de mezclar religión y política no es muy bueno, y es que en muchos países musulmanes son los ayatolás los que gobiernan realmente. No obstante creo que han sido los paises occidentales los que precisamente llevan alimentando ese tipo de regímenes desde hace décadas para así favorecer sus propios intereses, aunque a veces les salga el tiro por la culata.
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