Ana y sus amigas son apresadas sin previo aviso, ¿su delito?: ser brujas.
Viendo Akelarre (ídem, 2020) he recordado por qué la Iglesia despierta tantas antipatías entre buena parte de la población a pesar de que la mayor parte de la misma haya participado de alguna manera en ritos católicos (o incluso se considere católica). Y es que la Iglesia siempre ha sido una organización de represión, de oscurantismo y de oposición a cualquier tipo de progreso o evolución que pudiera (o pueda) menoscabar su influencia y poder sobre las instituciones y la sociedad.
Akelarre viene a retratar, de forma muy verosímil, uno de los momentos más oscuros, absurdos y estúpidos de los guardianes de la moral, un juicio coescrito (junto a Katell Guillou) y dirigido por Pablo Agüero (Eva no duerme) que nos retrotrae a una época que no por lejana deba ser olvidada (sobre todo porque de esos guardianes parecen que todavía van sobrados la milenaria y seguida secta).
Apenas comienza la película, y tras un breve prólogo que nos presenta al juez (un fantástico Àlex Brendemühl), tenemos a las protagonistas encerradas. Junto a ellas vamos descubriendo los métodos de juicio de Rostegui, quien, más que interesado en buscar la verdad, va tras una entelequia, un sueño brumoso dibujado en sus fantasías que algunos siguen por obligación, y que para él es una obsesión arrebatar a las brujas (siempre lo son). Pero ese sueño es su verdad, y como tal alguien debe darle la razón. Al ser consciente de este hecho, Ana y las demás intentarán jugar sus bazas para ganar tiempo y, quizá, conseguir su cortada libertad (por no hablar de salvar la vida).
La atmósfera se va haciendo más oscura a medida que avanza el proceso, de la luminosa luz del día de los compases iniciales, a los posteriores ambientes nocturnos. No obstante, y a pesar que ven su aciago porvenir, el grupo de chicas se niega a ser unas simples ovejitas y optan, con la altiva e inteligente Ana a la cabeza, por jugar el juego del juez y no caer en la desesperanza, lo que hace que aun cuando lo que se narra sea terrorífico (siendo el momento de la búsqueda de la marca del diablo el clímax al respecto), lo que vemos llega a resultar hasta divertido (todo nos reímos de la fanática ceguera del inquisidor), alcanzando el paroxismo en dicho aspecto en la secuencia de la "muestra" de la invocación que tanto obsesiona al religioso.
Dos son los personajes que sobresalen, una es Ana, interpretada por Amaia Aberasturi (Vitoria, 3 de marzo), y el otro es el juez Rostegui, al que pone rostro Àlex Brendemühl (Insensibles), acusada y juez se enfrentan la una contra el otro en un juego en el que ambos tienen poder aunque solo uno está tan ciego como para matar. Entre los personajes los hay ambivalentes, aquellos que parecen que no aprueban los métodos del inquisidor pero no se atreven a decírselo claramente (al fin y al cabo pueden terminar en la hoguera) pero que a la par van cayendo en el "embrujo" o incluso advierten al juez de posibles males. El párroco, papel en el que se mete Asier Oruesagasti (Skizo), es uno de ellos, no acusa a las muchachas, pero tampoco es que las defienda con vehemencia a pesar de que las conoce bien; mientras que el consejero, interpretado por Daniel Fanego (Todos tenemos un plan), intenta sembrar alguna duda en el juez pero sin demasiado éxito (y poca insistencia). Al resto de acusadas dan vida Garazi Urkola, Yune Nogueiras, Jone Laspiur, Irati Saez de Urabain y Lorea Ibarra, que conforman un heterogéneo grupo de amigas.
Viendo Akelarre (ídem, 2020) he recordado por qué la Iglesia despierta tantas antipatías entre buena parte de la población a pesar de que la mayor parte de la misma haya participado de alguna manera en ritos católicos (o incluso se considere católica). Y es que la Iglesia siempre ha sido una organización de represión, de oscurantismo y de oposición a cualquier tipo de progreso o evolución que pudiera (o pueda) menoscabar su influencia y poder sobre las instituciones y la sociedad.
Akelarre viene a retratar, de forma muy verosímil, uno de los momentos más oscuros, absurdos y estúpidos de los guardianes de la moral, un juicio coescrito (junto a Katell Guillou) y dirigido por Pablo Agüero (Eva no duerme) que nos retrotrae a una época que no por lejana deba ser olvidada (sobre todo porque de esos guardianes parecen que todavía van sobrados la milenaria y seguida secta).
Apenas comienza la película, y tras un breve prólogo que nos presenta al juez (un fantástico Àlex Brendemühl), tenemos a las protagonistas encerradas. Junto a ellas vamos descubriendo los métodos de juicio de Rostegui, quien, más que interesado en buscar la verdad, va tras una entelequia, un sueño brumoso dibujado en sus fantasías que algunos siguen por obligación, y que para él es una obsesión arrebatar a las brujas (siempre lo son). Pero ese sueño es su verdad, y como tal alguien debe darle la razón. Al ser consciente de este hecho, Ana y las demás intentarán jugar sus bazas para ganar tiempo y, quizá, conseguir su cortada libertad (por no hablar de salvar la vida).
La atmósfera se va haciendo más oscura a medida que avanza el proceso, de la luminosa luz del día de los compases iniciales, a los posteriores ambientes nocturnos. No obstante, y a pesar que ven su aciago porvenir, el grupo de chicas se niega a ser unas simples ovejitas y optan, con la altiva e inteligente Ana a la cabeza, por jugar el juego del juez y no caer en la desesperanza, lo que hace que aun cuando lo que se narra sea terrorífico (siendo el momento de la búsqueda de la marca del diablo el clímax al respecto), lo que vemos llega a resultar hasta divertido (todo nos reímos de la fanática ceguera del inquisidor), alcanzando el paroxismo en dicho aspecto en la secuencia de la "muestra" de la invocación que tanto obsesiona al religioso.
Dos son los personajes que sobresalen, una es Ana, interpretada por Amaia Aberasturi (Vitoria, 3 de marzo), y el otro es el juez Rostegui, al que pone rostro Àlex Brendemühl (Insensibles), acusada y juez se enfrentan la una contra el otro en un juego en el que ambos tienen poder aunque solo uno está tan ciego como para matar. Entre los personajes los hay ambivalentes, aquellos que parecen que no aprueban los métodos del inquisidor pero no se atreven a decírselo claramente (al fin y al cabo pueden terminar en la hoguera) pero que a la par van cayendo en el "embrujo" o incluso advierten al juez de posibles males. El párroco, papel en el que se mete Asier Oruesagasti (Skizo), es uno de ellos, no acusa a las muchachas, pero tampoco es que las defienda con vehemencia a pesar de que las conoce bien; mientras que el consejero, interpretado por Daniel Fanego (Todos tenemos un plan), intenta sembrar alguna duda en el juez pero sin demasiado éxito (y poca insistencia). Al resto de acusadas dan vida Garazi Urkola, Yune Nogueiras, Jone Laspiur, Irati Saez de Urabain y Lorea Ibarra, que conforman un heterogéneo grupo de amigas.
Akelarre te atrapa en sus redes gracias a un buen guion y realizacion,
un desarrollo muy bien medido, que te mete en situación sin prisas, y
unos personajes que resultan verosímiles gracias a las estupendas
interpretaciones de los actores que les dan vida. Muy recomendable.
LO MEJOR:
-Una buen guion y dirección, además de la fotografía y el vestuario.
-El enfrentamiento entre Alex Brendehmul y Amaia Aberasturi. El elenco en su conjunto (aunque se les nota sus pocas tablas a parte del mismo).
-La descripción de Lucifer.
-El momento de la prueba de la marca del diablo.
LO PEOR:
-Que hechos como los narrados hayan ocurrido.
¿Quién deberían verla?
A quien le guste el buen cine.
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