La primera vez que vi El Hobbit: La desolación de Smaug (The Hobbit: The Desolation of Smaug, 2013) me quedé con una sensación un tanto extraña, tenía impresiones encontradas. Por un lado había disfrutado de las aventuras de los trece enanos, el hobbit Bilbo Bolsón y el mago Gandalf, me había encantado el magnífico diseño de Smaug y disfruté horrores con la secuencia de las arañas; pero por otra parte las virguerías acrobáticas de los elfos no me las terminaba de creer, así como cierto personaje humano del lago me resultaba demasiado similar a un tal Lengua de Serpiente, por no hablar de que la escena del dragón la noté un tanto estirada..., también está el hecho de que hubo problemas técnicos y la proyección se paralizó durante una media hora. Al salir de la sala lo hice con la necesidad de volver a verla.
Y ayer (10 de febrero de 2014) al fin pude pasarme por un cine y verla por segunda vez, en esta ocasión en una copia en gloriosos 35mm en vez de las HFR 3D de la primera vez, y sin incidentes durante la proyección.
Bilbo Bolsón, Gandalf y los enanos siguen con su viaje rumbo a la Montaña Solitaria, con el acicate de tener una horda de orcos pisándole los talones.
Sin duda lo más esperado de esta segunda entrega de El Hobbit era ver a su calamidad el dragón Smaug, y la campaña mediática alrededor del filme, por suerte, jugaba con ello pero sin mostrar nada más allá de alguna sombra o pequeña parte del majestuoso ser; aún así, alguien estaba empeñado en chafarme parte del encanto, puesto que se le ocurrió pintar el personaje escupe fuego en un avión y, obviamente, distribuir la imagen a través de la Red de redes (maldito Tumblr), gracias a diox fue una visión fugaz, la aparté inmediatamente y, por tanto, no me estropeó la sorpresa. Porque el dragón Smaug es una de las criaturas de piel coriácea más grandes y espectaculares que nunca han hollado una pantalla; solo por ver el momento en el que se muestra en todo su esplendor ante Bilbo Bolsón merece pagar el precio de una entrada. Se nota las manos de John Howe y Alan Lee, los ilustradores más conocidos del mundo de Tolkien, que han sabido crear un ser terrible y hermoso, amenazante y fascinante, uno se podría quedar embobado mirándolo como la hace Bilbo y solo apartarse cuando ve las fauces demasiado cerca, o quizá no apartarse y morir en unos hervientes jugos gástricos.
Como he comentado, la primera vez que visioné La desolación de Smaug me quedé con la impresión de que la escena del dragón estaba un tanto alargada, curiosamente en el segundo visionado no he tenido tal sensación, la disfruté más, y eso que en 3D es francamente espectacular. Pero sobre todo resulta más interesante el enfrentamiento dialéctico entre Bilbo y Smaug, ese juego del gato y el ratón, la otra parte, la huida con los enanos, siendo igualmente divertida, curiosamente causa un menor impacto, quizás aquí sí que Peter Jackson debería haberse contenido con la duración y haberla ajustado más.
Otro momento que esperaba con ansias era el del Bosque Negro y las arañas. Guillermo del Toro, cuando dejó la producción de El Hobbit, dijo estar satisfecho con el trabajo previo que había realizado en dicha secuencia, y algo queda del sello del cineasta mexicano en la que es la escena más oscura de la cinta; sobre todo en ese instante en el que Bilbo mata a una criatura (no sé si una cría de araña o un arácnido albino) y empieza a ser consciente de lo que le está haciendo el anillo.
Del reparto hay que destacar la inclusión de nuevas caras, como el polémico personaje encarnado por Evangeline Lilly (Perdidos, Acero puro), la elfa Tauriel, que no aparece en el libro y que tiene una relación especial con uno de los enanos, personalmente me ha gustado; Luke Evans (Immortals) es otra de las nuevas incorporaciones y el humano más importante del filme junto con Stephen Fry (V de Vendetta) y Ryan Gage (Fuera de control), el primero hace del gobernador de la Ciudad del Lago y el segundo es una especie de remedo de Lengua de Serpiente, pero de carácter más cómico. Orlando Bloom regresa a la Tierra Media otra vez con el papel que le dio fama, Legolas, está más saltimbanqui que nunca y las lentillas nunca se le habían notado tanto; mientras que Thranduil, el rey de los elfos del bosque, está interpretado por Lee Pace (Guardianes de la galaxia). Al cambia-pieles Beorn le da vida el sueco Mikael Persbrandt (El hipnotista), se queda uno con ganas de verle luchar. Por otra parte Benedict Cumberbatch (12 años de esclavitud) se encarga de poner voz (y supongo que también gestualidad a través de captura de movimiento) a Smaug.
Respecto a las tres dimensiones. Al igual que la primera parte la vi en HFR 3D, que va al doble de fotogramas por segundo que habitualmente. Está bien aprovechada esa tercera dimensión desde el inicio con momentos destacables, como el encuentro con Smaug o la lucha contra las arañas. Sin embargo tampoco destaca su uso tanto como, por ejemplo, en Gravity, aunque ahí tenían la ventaja del espacio. No obstante, no sale uno defraudado, aunque sí un poco cansado.
El Hobbit: La desolación de Smaug es una buena película de aventuras, es, como se esperaba, muy espectacular y épica, con nuevos y esperados personajes, algunas escenas fantásticas y oscuras y un dragón con diseño y animación maravillosos. Una buena película de fantasía y aventuras.
LO MEJOR:
-La escena de las arañas.
-Smaug, simplemente impresionante.
-La lucha de Gandalf contra el Nigromante, así como la revelación de la identidad de este.
-La banda sonora, compuesta, de nuevo, por Howard Shore.
LO PEOR:
-Su duración, al igual que su predecesora, podría haber sido más ajustada.
-El oro líquido no está del todo conseguido.
¿Quién debería verla?
Cualquiera que disfrutase con la trilogía de El Señor de los Anillos y la primera entrega de El Hobbit, así como los amantes de los dragones.
2 comentarios:
¡Y queda nada para la última!¡Qué ganas de verla!
¡Sí que hay ganas!
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