Como siempre que escribo algo sobre un film de Hong Sang-soo, me pregunto el (o los) porqué no puedo sino ir a ver cada película que se estrena incluso cuando la anterior no me entusiasmara especialmente. Y creo que la cuestión tiene su miga, puesto al fin y al cabo se trata de historias aparentemente sencillas, incluso banales, con pocos personajes, muchos planos fijos y largos diálogos que en muchas ocasiones pueden hacer preguntarse al espectador hacia dónde se le quiere llevar.
La respuesta, quizá, está en las elipsis. Sang-soo es todo un maestro en su uso y en el de guiarnos a través de las conversaciones (y algunos silencios, y esos zum, y la música entre secuencias...) para saber dónde estamos, pudiendo llegar el caso que la película en cuestión no convenza en la sala de cine y sí lo haga fuera de ella, pues provoca que se reflexione sobre la misma.
La respuesta, quizá, está en las elipsis. Sang-soo es todo un maestro en su uso y en el de guiarnos a través de las conversaciones (y algunos silencios, y esos zum, y la música entre secuencias...) para saber dónde estamos, pudiendo llegar el caso que la película en cuestión no convenza en la sala de cine y sí lo haga fuera de ella, pues provoca que se reflexione sobre la misma.